Capítulo 0. La segunda vida.
Nunca apareció Mr. Red.
De nuevo subí cabizbajo a mi habitación cuando el reloj que presidía la pared de la cafetería marcaba más o menos las cinco y media. En el camino de vuelta, que realicé de forma lenta y sin ganas de llegar al destino —creo que me llevó más del doble de tiempo que el trayecto de bajada, minutos antes—, pensé pausadamente en los avances definitivos que había experimentado mi memoria y sobre todo en la claridad espiritual y emocional con la que afrontaba los futuros acontecimientos de mi vida. Llegué a la habitación, ya en penumbra, donde esperaba mi visita. Mamá debió de notar algo en mi pesarosa actitud, porque me preguntó extrañada por mi estado de ánimo, y creo que lo hizo miles de veces en la hora que duró su visita, que transcurrió sin más. Mi mente estaba, ahora estoy seguro, en algún lugar distante de aquella habitación y de la conversación que mi familia me proponía.
Una vez que nos despedimos de forma especialmente calurosa, dirigí mis pasos hacia el armario para recuperar el libro y volver a leer aquellas dos últimas páginas que ya estaba convencido de que me habían cambiado para siempre y le habían dado un rumbo nuevo a mi vida, mi segunda vida, que había dado comienzo allí, en aquella habitación de aquel hospital y en ese mismo instante.
Abrí la bolsa de deportes, revolví todo su breve contenido, pero no encontré libro rojo alguno.
Esta es la última página de mi novela ¿La Gran Familia?, donde puedes conocer cómo vivió Guillermo, cómo amó, cómo odió y cómo superó casi todas las adversidades de su primera vida. No es necesario leerla previamente para disfrutar de Guillermo 2.0, aunque creo que su lectura será mucho más intensa si lo conoces bien. Puedes conseguirlo aquí, si lo deseas.
Salió del hospital y, efectivamente, en ese momento dio comienzo lo que desde hace mucho tiempo Guillermo denomina como su segunda vida, en la que aún hoy se encuentra. Es una vida más plena, más consciente y muchísimo más elegida. No estoy seguro de si mucho más feliz, aunque creo que sí.
Lo que pretendo a partir de este momento es darte a conocer esta otra vida. Y lo quiero hacer narrándote episodios puntuales de ella. No vas a encontrar una narración continuada como en ¿La Gran Familia?, sino relatos cortos de momentos más o menos importantes, relativamente transcendentales, ocasionalmente relevantes, realmente sorprendentes y alguno incluso diría que divertido.
Espero que sean de tu agrado. Si es así o si no lo es con más motivo, por favor, hazme llegar cualquier comentario para que podamos establecer una comunicación entre los dos, como quizás ya hicimos durante el desarrollo del juego de escape online La Caja de la Esperanza.
Por cierto, recuerda que los nombres de los personajes de estas historias son inventados y que cualquier similitud con la vida real, será pura coincidencia.
Capítulo 1. Las fotos.
Una de las personas de las que te hablaré bastante, creo, es mi gran amigo Ferdinand. Aunque lo conozco desde hace muchos, muchos años, no fue hasta ese preciso momento en el que se incrementó el número ordinal de mi vida cuando nuestros caminos se juntaron como las vías de tren se juntan en el momento del cambio de agujas. Ocurrió que él también pasó de su n-sima vida a la n-sima+1 en aquella misma época; todo pareció como un perfecto plan trazado por el destino para que viviéramos juntos en ciertas ocasiones y separados muchas otras, algunos de los episodios que te voy a relatar.
Aparte de reintroducirnos en el mundo de la noche con más penurias que momentos gloriosos —necesitamos muchos meses y bastantes escenas de ridículo o de esas de «tierra trágame» para empezar a sacarle partido a esto de los bares y las copas—, decidimos, casi de inmediato, darnos de alta en una de las plataformas de contactos para singles. Unos cuántos años más tarde, en un mundo de pandemias y de borrascas con nombre de personas, un mundo donde los likes y los matchs parecen tener más valor que los saludos, los besos o los abrazos, donde la vida parece que discurre más en una dimensión digital que en las calles, los bares y las casas, los «cibercontactos» se ven como una actividad normal e incluso familiar, como si de una gran discoteca virtual donde conocer decenas de personas en unos minutos se tratara. Ahora todos conocemos personas que están o han pasado por ahí con desigual resultado. Mas créeme cuando te digo que entonces parecíamos seres extraños, si no trasnochados desesperados en busca de sexo fácil. Nada —o casi nada— de eso era lo que nosotros buscábamos, pero eso es otra historia.
Al igual que con cualquier otra actividad, con el paso del tiempo, de las conversaciones y citas a ciegas, nuestra destreza fue aumentando al compás del crecimiento de nuestra agenda de contactos. En ese crecimiento «intelectual» y tratando de evitar situaciones embarazosas, llegamos a una conclusión traducida en un truco que pusimos en marcha de forma inmediata: cada vez que alguno establecía una cita a ciegas con una candidata, lo hacía con la acordada premisa de permanecer junto a ella solamente el tiempo que durara una única consumición. De esta manera, en el caso de que no nos gustara suficientemente la persona con la que nos habíamos citado, no necesitaríamos ninguna excusa —ella tampoco en el caso contrario— para dar carpetazo y volver a casa a tomarnos unos gusanitos con Fanta Zero... o cambiar a salida de colegas, un seguro emocional para nosotros.
Ellas aceptaban el trato en su mayoría, creo que les hacía gracia y, además, le veían el mismo beneficio que nosotros. Es más, intuyo que muchas de ellas lo debieron de utilizar para sus posteriores encuentros con otros candidatos.
El resultado fue espectacular, mucho mejor de lo esperado. De aquellas primeras citas en las que no resultaba fácil zafarse de la compañera de turno —aún recuerdo aquella que, según apareció en el portal de su casa, me dije «Guillermo, esto tiene que durar lo menos posible». Pues si quieres café, toma dos tazas: cerveza, cena, copas y helado bajo la estival noche de Chamberí—, pasamos a un control total de los tiempos en función de las bondades de la susodicha. Aunque no siempre fue así de sencillo.
La secuencia era usualmente la misma: aún en la plataforma, un saludo más o menos gracioso, fácil. Una primera charla en el chat para mantener el interés, la clave del éxito. Un par de contactos en el Messenger de Windows de entonces para darnos a conocer, sincero y arriesgado. Y finalmente la cita, bajo el contrato descrito: una sola Coca-Cola, un solo café. A partir de ahí… ya te describiré algunas de ellas.
En aquella ocasión se cumplieron todos los pasos previos. La elección con el filtro de la plataforma: mujeres que busquen hombres, entre cuarenta y cincuenta, en Madrid, con foto y… ONLINE. Ella me pareció super atractiva: morena, cara preciosa, 4 años menor que yo, metro sesenta y cinco. Me gustó. Charla divertida, trato educado y cordial, incluso parecía buena persona, aunque esto último, debo confesar que en las primeras etapas de mi segunda vida tenía un peso menor en la ecuación de las relaciones. Quedamos en las terrazas del Diversia, en Alcobendas.
«¡Ostras, qué error! ¡No me había dado cuenta de que su perfil no tenía fotos de cuerpo entero! ¡Oh cielos qué horror! », me dije.
La charla fue amena, mas mi mente y su neurona estaban ocupadas en el rápido ritmo con el que mi vaso se vaciaba, comparado con el suyo, siempre lleno. Sus hielos se deshacían por momentos, contribuyendo a la vez al mantenimiento del nivel del líquido en el vaso y a su insipidez.
—Bueno, Carla, ya ha terminado nuestra cita, nos hemos tomado el refresco pactado. Ha sido genial —le dije de repente, mientras ella simulaba que sorbía la coca-cola aguada y ya caliente.
—¿Perdón? ¿Por qué? ¿Tan pronto? Eso es que no te he gustado.
—No, no. No es eso. Es nuestro contrato, ¿recuerdas? —contesté con cierto aire de contrariedad ante el desafío de la mujer que tenía enfrente.
—Pero también dijimos que podríamos ampliarlo si estábamos bien.
—Carla, el acuerdo está previsto justo para evitar esto y no tener que dar explicaciones. Es mejor para los dos.
—Pues dímelo, dime que no te he gustado —gritó al fin, dando media vuelta y dirigiendo sus pasos hacia su coche, mientras me dejaba con la palabra en la boca y la cuenta en la mesa.
Ta ta
ti to tu ti to to.
—¿Qué pasa Guillermo, tío?, ¿tu cita?
—Ferdinand… ¡Honky ya!
*** Recuerda que este es un relato de ficción y que cualquier parecido
con la realidad será pura coincidencia. ***
4 Comments
Tan interesante como la maleta de la esperanza?
Buenos días Asunción. Muchas gracias. Espero que te guste
Ostras qué error! Dices sonriendo y con un soniquete característico mientras te llevas dos dedos a la sien a modo de saludo militar…. Escribes como eres… No es difícil reconocerte..
Puede ser divertido…. Pero o te fíes de mis comentarios. Soy un hombre de ciencias.. No de letras.
Que error por queeee? Gracias Valentín