Capítulo 6. Trece minutos
—Llevaré un BMW azul oscuro.
—Perfecto. A las seis y media frente al Mercadona. Y lo dicho: si prefieres que vayamos al cine a ver ese concierto que quieres ver, vamos, que a mí también me gusta Tenessee.
¿Cómo? ¿Tenessee? Buf, empezamos bien. Confundir Genesis con Tenessee; ¡qué horror! En cualquier caso, Clara tiene buena pinta y lo pasaremos bien en la fiesta del Orgullo, seguro. Ya veré el concierto en otro momento.
Seis y treinta y tres de una tarde plomiza de sábado. De esas que tan pronto graniza como sale el sol en un intervalo de minutos. Después del tremendo invierno, que parecía haberse puesto de acuerdo con el verano para dejar dormida la primavera, me apetecía estar en la calle; aunque la fiesta del orgullo me resultaba divertida y diferente, temía los apretujones y el fuerte olor a cualquier cosa… por no entrar en detalles. Fui decelerando el auto para otear la anchísima acera que separaba el supermercado de la calzada y así partir con ventaja en ese siempre complicado instante de la primera visualización de la presa y los saludos iniciales. Justo llegaba ella caminando y la vi recostarse sobre la fachada, según me acercaba. La reconocí de inmediato, aunque solamente había visto tres o cuatro fotos compartidas por Messenger. Falda corta, supercorta, fucsia fuerte; camiseta ajustada, no recuerdo el color, pero sí recuerdo que llamaba la atención… también; podría ser azul cielo; lo que sí recuerdo era el gran escote que lucía. Zapatos negros con muchísimo brillo y más tacón que brillo. Era ella. Ante tal estampa, tuve una ligera tentación de acelerar y pasar de largo, mas no lo hice; en un instante de claridad mental, me dije «no seas prejuicioso, dale una oportunidad».
Subió al coche y me pareció que tenía cierto aire de congoja y nerviosismo, pero, dado que no la conocía en absoluto, preferí no indagar por el momento.
—Eres Guillermo, ¿verdad? —preguntó al cabo, de manera especialmente prudente, esperando a mi respuesta antes de cerrar la puerta y pasar al breve ritual de los dos besos.
—Claro, ja, ja, ja. ¿Quién voy a ser? Y tú, ¿eres Clara?
«Muac… muac»
—Sí, sí, por supuesto, ¿nos vamos ya? —Me apremió para iniciar la marcha, confirmándome su estado de nervios.
—¿Estás bien, Clara?
—Sí, perdona. Guillermo, ¿no?
—No, soy Madonna travestido para la ocasión. —Intenté quitar trascendencia para ayudarla a pasar aquel mal trago, cualquiera que fuera su germen.
—Ja. Bueno es que no sabes lo que me ha pasado. —En ese instante en el que se disponía a abrir su corazón, su voz se serenó un ápice—. Había llegado diez minutos antes para que no tuvieras que parar en la rotonda y me había parado ahí justo.
—Perdona el retraso, compañera. Es que había un atasco en la M-40 —me disculpé intentando resultar creíble—; pues has tenido que esperar entonces bastante, lo siento.
—No, bueno. Eso no me importa, sabía que venía con mucho tiempo —me contestó, levantando una mano en son de paz.
—Bueno, te he cortado.
—Pues, tío, que no sabes. Se para un coche azul oscuro, baja la ventanilla y me mira desde la carretera. Así que voy «pallá». Entonces entro en el coche del tipo, me siento, le doy dos besos y él arranca.
—¡Ostras! —Mis ojos se abrían más y más. Ya me esperaba cualquier cosa.
—Sí, sí. Y… pues… yo le seguía hablando: ¿qué tal?, ¿cómo estás?, ¿has encontrado bien el sitio?, ¿lo conocías?, bla, bla, bla.
—Pero ¿se parecía a mí?
—Creo que no, jo…lín, pero es difícil de saber solo por fotos y, además, ¿cómo iba yo a pensar que no eras tú?, ¿eh? —contestó con cierta chulería, pero con gracia.
—Cierto. ¿Y luego?
—Pues seguíamos hablando y él cada vez ponía cara más rara y yo flipaba. Hasta que me dice el pavo: «Oye mira, todo eso está bien, pero ¿cuánto por una mamada rápida?».
Ni un comentario más, al menos hasta el siguiente día que me encontrara con Ferdinand.
Conduje. Fuimos al Orgullo y lo pasamos bien, moderadamente bien. Clara resultó ser una chica de barrio, divertida e ingeniosa. Y físicamente, salvo un pequeño defecto en una de las aletas de su nariz, cumplía con las expectativas. La cosa prometía en general. Volvimos de madrugada y la dejé en la puerta de su casa.
Nos vimos unas semanas después para cenar y tomar algo. De nuevo resultó una noche divertida. Y, después de esa segunda cita, terminamos en la cama de su habitación, no muy lejos del Mercadona. Estuvo bien, sin más.
Hubo una ocasión más. En aquella tercera, quedamos directamente en su casa; todo un manifiesto de intenciones. Cuando me abrió la puerta la encontré con una bata rosa —de esas que tienen pelo por todos los costados— y una medio sonrisa en la cara. «Un poco choni recibirme en bata, ¿no?», pensé. Tenía dos copas de vino preparadas en la mesa del salón; todo un detalle. Y tras degustar el néctar de la uva, se quitó la bata y no había nada más. Su cuerpo olía a perfumes y su piel, completamente cubierta de alguna crema suave y melosa, me llamaba a gritos; todo un regalo.
Ese día sí resultó memorable. Mas, recordando los sabios consejos de los gurús del «chavaleo», la tercera cita debía ser la última; así evitaría los peligros de un eventual enamoramiento. Y desde ese instante no nos volvimos a ver en mucho tiempo. Sí tuvimos alguna conversación, pero poca cosa y todo a través del Messenger. Bueno, perdona, sí. Recuerdo en otra ocasión en que hablamos de forma puntual y, al comentarle yo que tenía por delante una larga noche de hospital para cuidar a mi madre, me envió un muy sugerente selfie hecho contra el espejo del armario, sin apenas ropa y con un mensaje preñado de ternura que decía: «para que te animes».
Una mañana de domingo. Entonces yo trabajaba como responsable de un equipo de consultoría tecnológica. Al día siguiente, en un evento de marketing, debíamos presentar un prototipo de un sistema de predicción del comportamiento de compra por internet. Esto que ahora suena más plausible, en aquellos tiempos no lo era tanto, pero lo intentamos y lo conseguimos. El equipo de personas que lo estábamos llevando a cabo, básicamente Davichu y yo, habíamos quedado para terminar de perfilarlo en la oficina. Eran las once de la mañana cuando sentí en la pantalla de mi ordenador el aviso de un mensaje nuevo en el Messenger. Era Clara. Simplemente saludaba.
—Hombreeeeee. Guillermo, ¿qué tal?
—Coño, Clara. ¡Cuánto tiempo!
Doce del mediodía:
—Bueno y de novios y citas, ¿qué tal vas?
Una de la tarde:
—Me voy a comer un sándwich, Clara. Pásame una foto actualizada y la veo a la vuelta.
Dos y media de la tarde:
—Jooooder. Sigues tan «buenorra» como siempre, eh. Mmmmmmmm.
Cuatro de la tarde:
—Sí, sí, claro que me he acordado de ti este tiempo y de lo bien que lo pasamos las veces que nos vimos. Me acuerdo de tu cama.
Seis de la tarde:
—Por supuesto que me molaba. Y además teníamos bastante sintonía. Tía, se me están estrechando los pantalones por momentos. Ja, ja, ja.
Siete de la tarde:
—Claro que iría, pero ¿no me has dicho que tu ex te lleva a la niña a las ocho?
—Justo, eso es, a las ocho. A veces la ha traído antes pero no más de cinco minutos. ¿Cuánto tardas en llegar?
—Pues entre que recojo, bajo al garaje y todo, no llego antes de las siete y media o algo más incluso.
—Vente.
Siete de la tarde y treinta y seis minutos:
«Ring».
—¿Sí?
—Hola, Clara, ¿me abres, porfa?
Siete de la tarde y cuarenta y nueve minutos. Mientras bajaba las escaleras de tres en tres con la urgencia nerviosa del querido, me colocaba un poco el pelo intentando recomponerme y me decía a mí mismo una y otra vez: «No te descojones, tío, por favor; no te rías, a ver si va a escuchar la risa por el telefonillo al salir del portal y la liamos».
2 Comments
Que buen relato!! Me encanta todo lo que escribes!!
Muchas gracias Adela. Me encanta que te encante. Un abrazo.
Gabriel.