Capítulo 8. Como del cielo al infierno.
«Estoy cansada de los mediocres. Yo, lo que me llama la atención a mí, lo que realmente me motiva, es un hombre interesante, de pelo cano, con una conversación inteligente, que le guste la ópera». Esta fue la puesta en escena, la carta de presentación de la enigmática mujer que conocí aquel día.
Eran las diez de la noche de un primaveral y húmedo viernes de junio, en alguna población costera de España, creo que de Almería, pero eso es casi irrelevante. Estábamos mi hermano Javi (aún no tan hermano), todo su equipo de dardos, que jugaba allí los campeonatos nacionales de la FEDE, sus correspondientes parejas, ella y yo.
Me había convertido en Guillermo 2.0 no mucho tiempo atrás y aún me encontraba en esa travesía que une la vida en blanco y negro y monótona de la persona gris en la que te conviertes cuando tu existencia no se parece en nada a lo proyectado y la vida en multicolor que alcanzas cuando aprendes a aceptar los sinsabores de la ruptura y paladeas los placeres de la soledad. Mi primera pareja de esta segunda vida había desaparecido ya; se me había escapado casi sin darme cuenta, sin capacidad de reacción, como se escapa la seca arena de la playa entre los dedos. Había puesto en ella toda mi ilusión y una carga de amor que tendía al infinito y en el tiempo en que tarda el segundero en pasar de las doce a la una, me había quedado solo y ella retozaba feliz con un amigo común. El «redolor» que sentía a menudo no me permitía respirar con fluidez, mi cabeza daba vueltas de nuevo, a punto de estallar de nuevo, cuando la recordaba de nuevo, todo el tiempo. Mi existencia se había tornado intrascendente; sin hijos, sin esposa, sin pareja. Igual que ocurre cuando crees que estás leyendo un libro, pero en realidad estás pensando a la vez en otra cosa y súbitamente caes en la cuenta de que estás pasando las hojas sin enterarte de nada, mis días pasaban por mí. Mas a esa situación le faltaba poco tiempo para dar un giro radical, lo presentía.
Javi, en una de sus innumerables demostraciones de amor fraternal, me invitó a pasar aquel extraño fin de semana de dardos; quiso sacarme de Madrid y de aquella rutina descendente.
Aún no me había adentrado en tan peculiar fauna «dardil», de forma que no conocía a nadie, pero no dudé ni un solo instante cuando me llamó para proponerme el plan. Ni tenía niños ese fin de semana, ni tenía idea alguna de lo que haría... quizás un poco de golf y piscina.
—Voy —le contesté de inmediato.
—Perfecto. Vamos en mi coche, ¿te recojo el viernes sobre las dos de la tarde?
—Gracias por esto, amigo; no sabes lo importante que es para mí.
—Calla, payaso —fue su respuesta final.
Lucho, Juanjo y su novia Julia, Miguel y su novia Silvia—a quien, minutos antes, Javi le había anunciado su próxima boda. «Perfecto, un futuro cliente más», contestó la que resultó ser abogada matrimonialista, en una de esas frases que escuchas y no olvidas, tan ocurrente como eterna— y ella, Herminia, «Ermi» para los amigos y conocidos —no me preguntes por qué, pero creo que su nombre estaba reducido sin la H—. Después de las presentaciones de rigor nos habíamos sentado a cenar en la terraza de un bar cualquiera y conversábamos de cosas irrelevantes; Ermi hablaba de la historia contemporánea y de los campos de lavanda de algún lugar de Guadalajara. Rodaron los tintos de verano por doquier, la cerveza para mí y un «rosadito» para ella. Calamares, oreja de cerdo y fritura de pescado para compartir entre todos; ensalada de ventresca para ella. Tarta de Santiago y helados variados de postre y un café manchado para ella. Yo buscaba la miraba de soslayo de Javi en busca de su complicidad ante tanta pose de intelectual trasnochada; él me devolvía una leve mueca que guardaba muchas cosas, muchos mensajes: ¡Esta tía de que va!, ¡no pega ni con cola aquí!, ¡qué fea es, ¿no?!, ¡te la vas a follar, te vale en este momento, Guille!, ¡a ver si acaba esto y vamos a tomar unas copas! eran algunos de ellos.
Acabamos la cena, incluida una primera roda de gin-tonics y combinados de importación, de los de Santa Teresa con cola cero. Salimos del restaurante y nos dirigimos, andando, a lo que parecía una zona de locales de copas y música. A medida que ganaban espacio las horas en el reloj y lo perdían las del sueño, sobre todo para los jugadores que el sábado competían en el nacional, el alcohol hacía la parte del trabajo sucio para la que estaba diseñado. Se trataba de una de mis primeras noches de «juerga» después de la re-separación y aún no sabía calcular los tiempos de su efecto en mi estado de ánimo. Me sorprendí de repente a lágrima viva, abrazado a Javi, mientras sonaba Labios compartidos (Vuelvo a caer de tus pechos a tu par de pies); ese líquido, moviéndose a sus anchas por mis venas, llevaba a mi mente a la nostalgia de tan importantes partes del cuerpo de mi ex.
Serían no menos de las cinco de la madrugada ya cuando caímos en la cuenta de que todos se habían retirado a sus respectivos aposentos; todos menos nosotros dos y Ermi. La noche se difuminaba. Ermi había comenzado un rato antes a dar signos de cierta mutación vital. La intelectual, que solamente unas horas antes se desvivía con el pincel de Antonio López y la pluma de Reverte, había cambiado ligeramente el registro de sus frases. «¿Qué os creéis, que a mi no me gusta comerme una buena polla?», «A mí también me pica (llevándose ambas manos a su zona genital)» y «Os pensáis que yo me voy a acostar con alguno de vosotros fácilmente, ¿no?» eran algunas de las perlas que Mrs. Hide soltaba por aquella misma boca que la Dra. Jekyll había utilizado para degustar suavemente el vino de la cena.
Javi se fue a la cama, dejándonos a los dos solos. Antes, en un movimiento rápido, había deslizado las llaves de su BMW en mi bolsillo, preparando el terreno para los acontecimientos que, entre Ermi y yo, parecían avecinarse. La cosa prometía y, aunque el plan no era como para escribir un libro (ella y yo, los dos, desechos por experiencias pasadas y por la tralla de la noche), acabamos en la cama de su habitación, en el hotel.
—Bueno, no pienses que vamos a follar así, sin más —fue lo primero que me dijo al tumbarnos ambos, vestidos ambos y contrariados ambos.
—Yo no...
—¿Cómo que no? Claro que has venido a follar. Pero yo prefiero que hablemos y nos conozcamos.
—Bueno... ejem... yo me he separado hace un año y acabo de salir de otra relación que me ha dejado muy tocado. —En mi infinita paciencia, hija de las ganas de resarcirme de todo poniendo una muesca en la culata de mi revolver, y de la inexperiencia en ligoteos, intentaba seguirle la corriente para no estropear el final feliz que se acercaba.
—Pues vaya historia —dijo ella a la postre—. Qué triste, ¿no?
—Sí, lo he pasado fatal porque no imaginas lo duro que es separarte de tus hijos y además...
Toc toc. El sonido de los nudillos de algún inoportuno interrumpió mi lacrimoso y lamentable discurso y Ermi acudió rauda. El sol comenzaba a iluminar la vida. Se trataba de Juanjo y su novia (que resultó ser íntima amiga de mi improvisada compañera de lecho). Le preguntaban por la resolución de tan especial velada, sospeché, dado el bajísimo tono de los susurros que se intercambiaron. Tras unos largos minutos en los que me sentí el amante escondido en el armario o en la terraza, Ermi se despidió, cerró la puerta y volvió al catre.
—Bueno, voy a dormir. Te puedes quedar en ese trozo de la cama si quieres.
—Ni de coña. Me piro. —Al fin aparecía el Guillermo que todos queremos ver.
Llegué cabizbajo a mi habitación, donde Javi roncaba de forma plácida. Despertó ligeramente al sentir la puerta abrirse.
—¿Qué tal ha ido? ¿Qué hora es?
—Nada tío, vamos a dormir, un desastre.
Nos levantamos un rato después, dispuestos para la competición. Javi con cuatro horas de sueño y yo... yo no lo sé. Anduve toda la jornada medio dormido y con el rabo ente las piernas tras el descalabro sufrido en la madrugada.
Hubo partidas de dardos, miles. Hubo copas, desfilaron los minis de cubata desde primeras horas de la mañana, se acabaron las existencias de cerveza, hubo bocatas y, sobre todo, hubo dardos, muchos dardos. En un momento de aquella diferente y agotadora jornada, en las horas diseñadas para la siesta, se me acercó Julia y, tomándome del brazo, me susurró de forma sugerente:
—Ermi te está esperando en la playa, frente al hotel. Está sola.
—¡Venga ya! —contesté, mientras pensaba «que le den por el culo».
4 Comments
La prosa de Gabriel y las historias de Guillermo, como siempre te van atrapando y quieres que haya más, que no acaben.
Con cada capítulo, me lo paso mejor que con el anterior.
Un mínimo «pero», el final de este, me ha parecido un poco plano, lo esperaba más potente.
En cualquier caso muy divertido, en la línea habitual.
Felicidades.
Como siempre las historias que narra Gabriel me atrapan, me gusta mucho como describe a los personajes, las situaciones y las escenas. En estos relatos cortos es más complicado, pero las narraciones enganchan, señal de que lo hace bien.
Enhorabuena Gabriel
Gracias, Fidel. ESpero seguir contando con su amable seguimiento.
Muchas gracias, Luis por tu comentario.