Nací en el seno de una familia tradicional del siglo pasado, ni me acuerdo de en qué momento. Desde siempre sentí la obligación de reprimir el deseo y todo aquello que viniera o me llevara a él.
Tuve problemas con la comida por el peligro de convertir el deseo en gula. Tuve problemas con el amor por convertir el deseo en lujuria. Con el dinero por convertir el deseo en avaricia. Con el descanso por convertirlo en pereza. Con el éxito por convertirlo en soberbia. Con mis relaciones por convertirlo en ira. Y con mis vecinos por convertirlo en envidia.
Pasé gran parte de mi vida entre los anhelos y el miedo irracional a sus consecuencias. Y ahora, pasado en implacable ecuador del medio siglo de existencia, después de atravesar por la felicidad de los hijos, los sinsabores de la eterna responsabilidad, el fracaso de la ruptura y la serena racionalización de las realidades humanas, siento y vivo el deseo como un maravilloso don caído del cielo que hace de mi existencia un continuo de alternativas, ilusiones y sentimientos y que me permiten seguir, día tras día, enganchado a la excitante aventura de la vida.
2 Comments
Hola Gabriel, recién me he suscrito, y lo que leo de ti, es como una copia parcial de mi vida.
Te saludo desde Mexico
Muchas gracias Felipe.
Espero que te guste,
Un abrazo desde España.