Cambiar el mundo, tu mundo, mi mundo, nuestro mundo.
Desde la serena reflexión que mis canas me permiten y me alientan, me nace la creciente necesidad de entrar en movimiento contra casi todo. Siento el impulso profundo de salir y de gritar, de introducirme en las cabezas de algunas personas para tocar no sé qué neuronas e iniciar un cambio tan necesario como honesto.
Veo lo que ocurre en mi querida Santiago, lo que acontece en mi cercano Madrid, todo lo que se nos avecina dentro de nuestro grandioso planeta y no entiendo cómo la humanidad al completo se encuentra en este estado de letargo.
En toda la historia de la humanidad ha habido personas que, de la nada, cambiaron el mundo. Quizás me has oído -leído- decir que este cambio se me asemeja a un cambio de vías de tren; al jefe de estación que acciona una palanca para mover unos centímetros la vía y así dirigir al convoy unos pocos grados a derecha o izquierda. En principio es poco, lo sé, pero quizás la posición final de ese mismo convoy, si continuara su camino imaginario, sin vías y durante años, sería muy distante de la que habría sido sin la acción de los «cambiadores». Estaría, probablemente, en las antípodas de su destino previsto.
¿Dónde habría acabado la lacra de la violencia de género de no haber actuado?
¿Dónde estará la humanidad en cien años, si no se toma en serio el problema del cambio climático -más allá de los sucios intereses económicos de, comparativamente, pocas personas-?
¿Cuánto más se tiene que abrir la brecha de la desigualdad entre semejantes para que actuemos severamente?
¿Cuánto tiempo vamos a soportar que unos pocos influyan de forma obscena en la mente de otras pobres personas que, con escasa cultura o criterio y confundidas por valores sin valor, les sigan como corderitos?
Me gustaría encontrar a esos «cambiadores». Los Ghandi, Jesucristo, Madre Teresa, Mandela… -los primeros que se me vienen a la mente-. Deben estar por ahí, entre nosotros. Quizás seas tú, o yo.
Cambiemos. Accionemos esa pequeña palanca, entre todos, cuantos más mejor. Un milímetro cada uno bastará. Salgamos de nuestra zona de confort para llevar al tren de nuestras vidas y de las vidas de nuestros hijos y nietos a las antípodas del lugar al que nos dirigimos. ¡Ya, por favor!
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